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El pueblo de artistas indígenas que revela la memoria colectiva de Guatemala

El año que concluyó la elaboración del mural, 2003, la Coordinadora Nacional de Viudas y la Fundación de Antropología Forense de Guatemala iniciaron el rescate, durante casi tres años, de 220 osamentas halladas dentro del destacamento militar que hoy pertenece -una buena parte del terreno- a la organización que representa a las mujeres que sobrevivieron a la atrocidad.

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Emiliano Castro Sáenz

Nueva York – Cientos de músicos, pintores, poetas, carpinteros y demás artistas habitan Comalapa, un pueblo enclavado en la zona maya kaqchikel de la región central de Guatemala, una de las más afectadas por la violencia del conflicto armado que duró 36 años, entre 1960 y 1996.

A su ingreso, en la fachada del cementerio local, un mural de casi 200 metros de largo y 2,30 metros de altura cuenta la historia de Comalapa, desde su nacimiento precolombino a la conquista española, pasando por las tradiciones habituales y religiosas, con énfasis en la sanguinaria época de la guerra.

Contrastan las suaves figuras de los rostros, de los sueños transformados en colores, con las balas y los ríos de sangre que describen el horror vivido.

El mural es el retrato de una sociedad que hurga en su pasado para rescatar la memoria con sus acordes, con sus óleos y sus maderas talladas.

No hay un sitio similar en el país centroamericano, que en las urbes más pobladas tiende a la división y polarización, cuya génesis se reflejó en un conflicto que dejó 200.000 víctimas y 45.000 desaparecidos, en su gran mayoría (93 %) por hechos atribuidos al Ejército y los patrulleros armados por el Estado.

El año que concluyó la elaboración del mural, 2003, la Coordinadora Nacional de Viudas y la Fundación de Antropología Forense de Guatemala iniciaron el rescate, durante casi tres años, de 220 osamentas halladas dentro del destacamento militar que hoy pertenece -una buena parte del terreno- a la organización que representa a las mujeres que sobrevivieron a la atrocidad.

La búsqueda de los desaparecidos vivió un capítulo de esperanza este 21 de junio, cuando las viudas y los antropólogos forenses inhumaron 172 de las osamentas rescatadas en el mismo antiguo destacamento que ahora es el Memorial Paisajes de la Memoria, las cuales, a diferencia de las 48 previamente entregadas a sus familiares, no fueron identificadas.

El pueblo acudió a despedir a quienes “siempre supimos que habían sido enterrados ahí, por el Ejército”, como dijo la dirigente de la Coordinadora, Rosalina Tuyuc, también comalapense, quien aún no ha encontrado a su esposo y a su padre tras casi cuatro décadas después de que le fueron arrebatados por las fuerzas armadas.

A la orilla de la carretera que va del centro de Comalapa hacia el destacamento, a unos dos kilómetros de distancia, un niño de 14 años espera a que lleguen los clientes de las decenas de óleos que, junto a sus siete hermanos y su padre, pintan desde que tienen uso de razón.

“Mi papá nos impulsó el arte desde pequeñitos; en mi caso fue en las vacaciones pasadas cuando ya comencé más seriamente a pintar”, le dice Érick Jonathan Xocop Pichiyá a Efe, quien sabe de memoria que fue en 1930 cuando el pintor Andrés Curruchiche comenzó a inspirar y enseñar a generaciones enteras a pintar: “Hasta que ahora somos 500 pintores, de las que son 12 mujeres”, afirma.

Pese a que sugiere, a sus 14 años, que el conflicto armado “no necesariamente tiene que ver con la difusión o el impulso del arte”, la reminiscencia del pasado es una constante en las calles del lugar, entre sus poetas, su teatro, su música.

Tras haber cantado junto a niños durante la inhumación e inauguración de Paisajes de la Memoria, la música kaqchikel Sara Curruchich asegura a Efe que los artistas “somos ejes importantes de la política” y “cuando se puede compartir un mensaje en los escenarios como este es un regalo y un muy gran aprendizaje”.

Cuenta que fueron sus sueños con antepasados músicos los que le sugirieron que debía seguir sus pasos y aprendió en el seno de una familia que ya vivía en torno al arte.

Fue hasta que cursó la educación básica que un día se detuvo frente al mural al que veía diariamente cuando “me encontré con la representación de las mujeres, de los charcos de sangre derramados por los pueblos en manos de los militares, lo cual es muy doloroso pero también la fuente de parte del coraje que nos invita a crear”.

Acompañante del ingreso de los ataúdes al destacamento, cargados uno a uno por los integrantes de la Fundación de Antropología Forense, el músico y danzante maya kaqchikel de Sololá Daniel Guarcax reconoce a Comalapa como un centro neurálgico artístico.

Esto por “el movimiento y desarrollo comunitario” que procura, como todos los pueblos indígenas, “luchar por medio del arte y la manifestación política reivindicativa”. EFE

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