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Transgénicos: Un debate con opiniones polarizadas e información esquiva

El cultivo transgénico es aquel al que se le han insertado genes de distinta especie. La técnica, que ya abarca 185 millones de hectáreas alrededor del mundo, nació para reducir el agotamiento de los recursos que provoca la agricultura tradicional y proteger las cosechas de plagas y otras condiciones adversas, así como reducir costes de producción.

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Zoilo Carrillo

Nueva York – Las consecuencias de la ingesta de alimentos obtenidos de cultivos transgénicos siguen siendo poco conocidas, rodeadas de opiniones muy polarizadas y de falta de transparencia en la información gubernamental.

El cultivo transgénico es aquel al que se le han insertado genes de distinta especie. La técnica, que ya abarca 185 millones de hectáreas alrededor del mundo, nació para reducir el agotamiento de los recursos que provoca la agricultura tradicional y proteger las cosechas de plagas y otras condiciones adversas, así como reducir costes de producción.

El director general en México de la empresa agrícola Agrobio, Alejandro Monteagudo, atribuye la estigmatización de la técnica a la “desinformación” de sus detractores.

“En 20 años no ha habido ninguna evidencia científicamente sustentada de daños para el consumo humano”, expresó con seguridad en declaraciones a Efe.

El investigador Salvador Mena, de la Universidad de Guadalajara, propone una explicación distinta a esta falta de información: “Los resultados de los estudios no son del dominio público”.

El acceso a las autorizaciones que los diferentes organismos gubernamentales otorgan a los productores de transgénicos no es público, explica el investigador a Efe.

Por otro lado, la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados establece que cuando una universidad o centro de investigación dispone de personal y equipo adecuados para realizar estudios en este campo puede recibir presupuestos adicionales para llevarlas a cabo.

Pero “esto no se ha dado nunca ni parece que se vaya a dar pronto”, cuenta Mena. Esto margina la investigación de los alimentos transgénicos, relegándola “simplemente a desarrolladores”, añade.

Las opiniones, pues, están divididas.

Monteagudo indica que la evaluación de los riesgos de los alimentos transgénicos se basa en el “principio de equivalencia sustancial”. Según este concepto, se estima que si un alimento derivado de cultivo transgénico es sustancialmente equivalente a su homólogo tradicional, ha de considerarse tan inocuo como este.

Al respecto, el directivo afirma que los alimentos transgénicos que hoy día se comercializan no presentan ninguna diferencia respecto a los obtenidos mediante cultivo tradicional. “No provocan ninguna afectación desde el punto de vista toxicológico o alergénico”, sostiene.

“Eso sí, la siguiente generación, que ya está lista para empezar a sembrarse y comercializarse, empezaría a presentar beneficios para los consumidores por su mero consumo”, añade.

El responsable de Agrobio concluye advirtiendo que si la gente sigue “esas resistencias o ideologías que impiden avanzar”, los beneficios se quedarán en mera promesa.

Mena aporta otros argumentos explicando que al trasladar un gen de un organismo a otro “puede alterar el metabolismo de la persona que lo consume”. El alimento, con la inserción genética, va a generar sustancias que antes no generaba.

En consecuencia, sin saberlo, el consumidor puede estar ingiriendo un alimento que contiene sustancias a las que es alérgico.

Sabiendo esto, la aportación de Mena permite observar la desinformación que menciona Monteagudo a través de otro prisma: “La persona está consumiendo algo sin saberlo”.

La doctora y nutrióloga Amelia Aldana parece concordar con Mena, y en entrevista con Efe afirmó que las nuevas proteínas presentes en los alimentos debido a la inserción de genes ajenos pueden provocar “discapacidades en el cromosoma”.

“También hay estudios que reportan una afectación en los óvulos y en los espermatozoides”, afirma.

La doctora resalta la importancia de saber detectar qué alimentos han sido cultivados de manera transgénica. El símbolo distintivo es un triángulo amarillo con una la letra “T” en su interior.

Algunos países, como Estados Unidos, no obligan a las empresas a poner ese símbolo en sus productos.

Aun así, Aldana no tiene duda de que los transgénicos “son los alimentos del futuro” y es consciente de que llevar una alimentación plenamente orgánica no es accesible para todos al presentar un costo más elevado.

Por ahora no se vislumbran verdades absolutas en torno a los alimentos transgénicos, dejando al consumidor únicamente con su propio criterio ante una opción que, tanto para bien como para mal, seguirá dando de qué hablar. EFE

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