“El avión de las novias”
Más de 700 españolas viajaron a Australia en la década de los años 60 mediante un acuerdo de migración asistida: el “Plan Marta” les ofrecía un billete de avión para que trabajasen como empleadas domésticas, aunque en realidad encubría la intención de que esas jóvenes solteras formaran una familia y echaran raíces en un país que necesitaba con urgencia aumentar su población.
Leontina García Calzón, una leonesa octogenaria de sobria elegancia y voz dulce, hoy tiene dificultades para servir el café a sus amigas en su casa de Sídney. Pero hace sesenta años no le tembló la mano para agarrar sus maletas y marcharse a las antípodas.
Un 10 de marzo de 1960, Leontina y otras 21 españolas llegaron al aeropuerto de Melbourne con algunas pertenencias y muchos sueños. Este viaje marcó el inicio del acuerdo de migración asistida acordado entre los gobiernos de España y Australia y coordinado por la iglesia católica que les daba un contrato de trabajo de dos años como empleadas domésticas.
Para estas jóvenes casamenteras era una gran oportunidad. Una especie de vacaciones pagadas a Australia, que ya entonces era un lugar mítico que se imaginaba lleno de canguros.
“Yo tenía ganas de salir del pueblo y como mis hermanos se habían marchado a América, yo también quería irme”, dice en casa de Leontina la vizcaína Cristina Gómez Arróspide, mientras que María Teresa Santamaría Ortiz, de Bárcena de Pié de Concha y la más locuaz de las tres amigas, replica que a sus veinte años ella solo pensaba en ir a Australia.
Leontina, que trabajaba en una fábrica de cadenas en Eibar, se lanzó a esta aventura porque su novio, Benito, creía que no iban a tener una buena vida en España.
“Íbamos a vivir muy mal. Estábamos tan atrasados”, recuerda Leontina sobre la España que dejó bajo la dictadura de Franco, muy patriarcal y represiva, en la que las mujeres estaban destinadas a ser madres y atender a sus maridos.
Ahora, casi al final de sus vidas, Leontina, Cristina y Mari se siguen reuniendo, como muchas “Martas”. Cantan, están llenas de vida y es difícil no quererlas y admirarlas. Son tan españolas como australianas: tienen una historia y unos nietos que las atan a estas tierras, pero mantienen ese carácter español vivaracho y fuerte que sabe reírse de sus errores y les anima a seguir siempre hacia adelante.
EL PRIMER AVIÓN
La llegada del primer avión del Plan Marta, que fue apodado “el avión de las novias”, captó la atención de la prensa australiana de entonces: “Senoritas (sic) from Spain” era la leyenda de una fotografía publicada al día siguiente en el Sydney Morning Herald en la que aparecían cinco jóvenes españolas sonrientes, entre ellas Leontina.
Aunque Leontina no se acuerda del revuelo, el ministro de Inmigración de la época, Alexander Downes, les dio la bienvenida e incluso un informe de la cadena de televisión ABC traducido al español daba cuenta de que inmigrantes españoles habían recorrido unos 1.600 kilómetros para recibirlas con cantos y bailes.
Lo que no sabían estas jóvenes es que el Plan Marta estaba diseñado para que se casaran con los miles de inmigrantes europeos que habían llegado previamente a Australia a trabajar en la caña de azúcar..
“A ellas nunca les dijeron que venían a casarse y las primeras no entendían el revuelo que había por los hombres”, explica a Efe Natalia Ortiz, del Departamento de Estudios Españoles y Latinoamericanos de la University of New South Wales (UNSW) y quien ha recopilado la historia de estas Martas.
En aquellos años, Australia buscaba industrializar su vasto territorio, que abarca una superficie que equivale a un 75 por ciento de Europa. En pleno apogeo de la consigna “poblar o morir”, que reflejaba la política de incrementar la población en un dos por ciento, la mitad por la inmigración, la iglesia católica encontró un nicho para expandirse trayendo a sus fieles. ¿Y quién mejor que los devotos españoles?.
El Plan Marta daría consuelo a cientos de inmigrantes europeos, jóvenes y solitarios, que corrían el peligro de caer en los vicios del juego, el alcohol o lo que era peor, retornar a sus países. Con mujeres jóvenes y solteras y un espacio donde reunirlos como las misas o las fiestas, Cupido se encargaría del resto.
Y así sucedió: los flechazos fueron casi instantáneos y las uniones llegaron a los pocos meses.
“Nadie las obligaba a casarse, lo que pasa es que se sabía que uno más uno eran dos”, acota Ortiz, cuyas investigaciones han sido auspiciadas por el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social de España.
LA ADRENALINA JUVENIL
Las jóvenes españolas que migraron en ese primer grupo y en diversos vuelos hasta 1963 no se planteaban las dificultades que iban a sufrir en un país a casi 15.500 kilómetros de distancia con un idioma y unas costumbres distintas.
“Todo era color de rosa. No pensaba en las dificultades porque en realidad el motivo por el que me vine era para dos años… una oportunidad (increíble) para una chica de un pueblo…una chiquilla que se iba a montar en un avión”, recuerda María Teresa o Mari, como la llaman sus amigas.
La publicidad de este plan para atraer a jóvenes solteras en la prensa española destacaba la imagen de Australia como un país de “dos millones de católicos” en el que “la mayoría de trabajadores tiene coches”, revela el investigador hispano-australiano Ignacio García en su libro “Operación Canguro”, sobre la migración española al país oceánico.
El coche era símbolo de progreso entonces y las pocas cartas y fotografías que mandaban los españoles afincados en Australia hablaban de cuánto se ganaba y de la abundancia de empleos, guardándose para sí los relatos de sus penurias y dificultades.
LA DURA REALIDAD
Para las jóvenes españolas que dejaban una sociedad franquista y conservadora, el viaje a Australia era toda una aventura que pasaba por la camaradería forjada en los desplazamientos en tren hacia Madrid para coger un vuelo con escalas en lugares tan exóticos como Grecia, Singapur o Filipinas hasta la ciudad de Melbourne, desde donde partían a sus destinos finales.
En tierra, poco a poco las jóvenes se toparon con una realidad distinta.
“Cuando me trajeron aquí, me estaba esperando la señora en Elizabeth Street (un centro católico para estas inmigrantes en Sídney)”, dice Cristina, de Guernica, que recuerda el desprecio con el que en España se trataba a las criadas.
En eso, la diferencia entre Australia y España era como “el agua y el vino, el día y la noche”, asegura coincidiendo con Leontina, que tampoco olvida como, después de fregar los platos, la familia para la que trabajaba la llevaba con ellos a ver la televisión.
Para Mari, su primer contacto con Australia fue “dificilísimo” porque, al llegar, su empleadora la llevó a pasear por las playas del norte de Sídney antes de ir a la casa, en el barrio de Pymble, a unos 15 kilómetros del centro.
“Las distancias son grandísimas y me vine abajo. La primera vez que lloré fue cuando llegué a casa de esta señora, después (de un trayecto) de hora y pico, y me dije: a mis amigas nunca más las veré en la vida”.
Las decepciones, la soledad y nostalgia comenzaron poco a poco a pasar factura, a todas en diversos grados, aunque las que peor lo pasaron sufrieron el llamado “mal de Australia”, una depresión aguda por un sufrimiento sin consuelo.
CUPIDO HIZO LO SUYO
En las casas, aisladas unas de otras, las Martas comenzaron a sentir las dificultades del día a día en Australia: las grandes distancias, los problemas de comunicación por no saber inglés y una vida social casi inexistente.
Por eso iban a misa los domingos, un día especial para ellas en un país en el que el carnicero cerraba antes del mediodía y los comercios no abrían los fines de semana.
“A misa iban todas, incluso dos o tres veces, solo por salir de casa. Algunas iban al Trocadero (sala de fiestas en Sídney) a bailar como peonzas”, relata Natalia Ortiz, al explicar que, después, algunas se quedaban a llorar. Una le contó que “era la mejor hora de toda la semana”.
Las jóvenes españolas comenzaron a socializar con compatriotas, pero también con italianos y europeos del Este, en los centros de enseñanza de inglés y en los bares, lo que propició los romances.
Cristina recuerda que a su marido lo conoció en un baile. John la sacó a bailar una vez: “y después no me dejaba en paz”. Cuando las amigas intentan fastidiarla diciéndole que se comunicaba solo con el lenguaje corporal, ella responde parca, pero con una sonrisa pícara, que él ya hablaba un poco de español.
Leontina se casó cuando llegó su novio de España a los pocos meses, mientras Mari conoció a su futuro esposo a los pocos días de llegar, en una reunión del Club Católico. No fue un flechazo inmediato, pero Mateo se ganó su corazón a base de buscarla constantemente.
“Era la necesidad de tener a alguien que te protegiera, que estuviera contigo, que te hiciera sentir que no estabas sola”, dice Mari con el rostro iluminado al hablar de Mateo, con quien tuvo cuatro hijos y una vida dura por el arduo trabajo, pero feliz.
MADRES SOLTERAS
El Plan Marta también llevó a Australia a varias madres solteras, una situación que en la época de Franco no era bien vista y de la que ahora comienzan a conocerse algunas historias.
No se sabe con exactitud cuántas mujeres tuvieron que dejar a sus hijos en España, bien bajo el cuidado de familiares o en orfanatos. Leontina, Cristina y Mari mencionan vagamente algunos nombres. Al parecer en cada vuelo hubo alguna, pero la académica de la UNSW sólo ha podido rastrear dos casos.
El más dramático, por el tiempo de separación, fue el de Josefina Uribarri, que ya era empleada doméstica en España. Allí tuvo una hija antes de emigrar a Australia y un novio que no quiso casarse con ella. Para venir a Sídney, dejó a su bebé con su familia.
“Se vino, trabajó, se buscó la vida y se casó. Logró recuperar a su hija cuando tenía diez años. Cuando la niña llegó aquí, Josefina estaba casada y tenía otra hija pequeña”, relata Natalia Ortiz.
También Carmen Álvarez, que vivía en Madrid, dejó a su pequeño Álvaro en un orfanato de Barcelona y viajó a Australia en busca de una oportunidad, pensando que se iba a Austria.
“Y el avión que no bajaba y que no bajaba y le tuvieron que enseñar en el mapa dónde estaba” Australia, precisa Ortiz, al explicar que Carmen se casó con un australiano y logró que su hijo viajara a su lado en el último vuelo de las Martas.
“Nos dimos cuenta de que era una ‘Marta’ porque al sacar cosas de su madre, tenía el ‘Manual de la Servidora Doméstica’ que les daban en Madrid”, dice Natalia Ortiz sobre el hecho de que muchas intentaron esconder que habían trabajado en el servicio doméstico.
LA SERVIDORA DOMÉSTICA
Quizá el tiempo logró borrar la amargura que sufrieron las inmigrantes del Plan Marta: muchas echaron raíces en Australia y ahora tienen descendencia, propiedades y un estado de bienestar confortable, mientras otras regresaron a España con el tiempo.
Pero las escasas investigaciones que hay sobre la migración española al país oceánico, como la de García, de la Universidad de Western Sydney, indican que muchas jóvenes tuvieron problemas y abandonaron las casas a las que fueron a trabajar a las pocas semanas.
Entonces empleos no faltaban y podían buscar trabajo en otra casa o ser contratadas en las fábricas del país.
En 1961, cuando Australia comenzaba a sentir los estragos de la recesión, Pilar Moreno, una de las Martas, escribió para las Juventudes Obreras un artículo titulado “Al menos como las naranjas”, en el que se quejaba de que a las frutas españolas de exportación se las trataba mejor que a ellas.
EL FINAL
El Plan Marta comenzó a ser cuestionado: a las quejas de las jóvenes y también de sus empleadoras, siguió la publicación de un artículo en el diario Sydney Sun Herald en marzo de 1963 que daba cuenta de que un grupo de mujeres españolas habían trabajado desnudas en unos viñedos en el sur de Australia.
A esto siguió una viñeta en la que se veía a unas mujeres desnudas y unos machos cabríos u hombres gordos montados en burros, mientras dos australianos con traje decían: “españolas me imagino, y sus futuros maridos”, relata Ortiz, al poner en evidencia el racismo que existía en aquella época contra los inmigrantes, que aún persiste.
La suma de estas quejas y el escándalo causado por el artículo motivaron la abrupta suspensión en 1963 del Plan Marta, en pleno apogeo, cuando cientos de españolas esperaban para viajar a Australia.
García indica en su libro que la decisión de cortar el flujo de los inmigrantes españoles a Australia, tanto de hombres como de mujeres, debe entenderse además por “la tendencia de la emigración española en Europa en los 60 y la falta de canales diplomáticos adecuados” entre los dos países.
LLENAS DE VIDA
Ahora, en el ocaso de sus vidas, estas tres amigas se siguen reuniendo en el Centennial Park de Sídney. Hace unos 40 años criaron allí a sus hijos y hoy, casi todas viudas, hablan entre risas de sus nuevos novios. “Es que eso no se pierde nunca”, dice una de ellas en una conversación subida de tono en la que se cuentan quiénes son los que mejor hacen el “chiqui, chiqui”.
Mirando en retrospectiva su aventura juvenil, tienen sentimientos encontrados, pero la nostalgia de la familia y los amigos, las sigue dominando, seis décadas después.
“Haría otra vez el viaje… Solamente he echado de menos a mi familia y los bares de España”, dice seria Cristina, despertando la risa de sus dos amigas, mientras confiesa que, aunque volvió dos veces a su tierra, siempre regresó porque en Australia está mejor.
“La diversión en España no tiene comparación, aunque no me arrepiento. Soy una mujer que se adapta enseguida”, afirma por su lado Leontina, una viuda que está al día de las nuevas tecnologías y forma parte de un grupo de WhatsApp con sus amigas, disfruta de las telenovelas y se sigue enamorando de todos los galanes.
Mujeres como Leontina, Cristina y Mari viven hoy en una Australia muy distinta a la que ellas conocieron, una Australia que pone trabas a la inmigración y recibe otro perfil de españoles, muy lejos de aquel viaje sin retorno, y sin FaceTime, WhatsApp o Skype, que hicieron ellas. EFE