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Estados Unidos, “La inmigración es un privilegio y no un derecho”.

Un trabajo bien remunerado es un privilegio, privilegio de aquellos que tienen los contactos, de aquellos que obtuvieron un diploma que sumado a los contactos les dio una posición envidiable.

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Por Gustavo Gac-Artigas

Nueva York – Nunca antes el presidente Trump describió con tanta claridad y acierto la sociedad en que vivimos.

En una frase resumió el presente y el futuro: “La inmigración es un privilegio y no un derecho”.

Cierto, así nos duela.

Pero no solamente la inmigración, a lo largo de sus discursos y decretos el presidente Trump, sin decirlo claramente, como es su costumbre, dibuja ante nuestros ojos los privilegios que tenemos.

La educación, por ejemplo, no es un derecho es un privilegio, el acceso a una educación de calidad es un privilegio de unos pocos, qué horror sería pensar que es un derecho.

La salud, la buena salud, es un privilegio y no un derecho, privilegio de aquellos que pueden pagar el precio de una costosa medicina, de una costosa visita al médico, de una inaccesible operación. El tener acceso a una pieza solo en un hospital es un privilegio y no un derecho, el poder descansar y recibir a la familia o amigos, lejos del ruido molesto de esa gente mal vestida, ruidosa, con comida barata de un McDonald. ¡Qué horror si nos quitaran el privilegio a ser privilegiados!

Un trabajo bien remunerado es un privilegio, privilegio de aquellos que tienen los contactos, de aquellos que obtuvieron un diploma que sumado a los contactos les dio una posición envidiable.

La buena alimentación es un privilegio y no un derecho, una comida sana es cara, los productos orgánicos son caros, y en el supermercado las estanterías marcan el paso de aquellos que tienen privilegios contra los que tienen el derecho, derecho a veces de comprar los productos que por su fecha de vencimiento tienen 30, 40 o 50 % de reducción en un gesto especial del manager.

El poder dormir seguros, lejos del mundanal ruido es un privilegio y no un derecho. Una casa, un departamento en los barrios elegantes y distinguidos es un privilegio y no un derecho, derecho es, si es que alcanzan a ese derecho, el vivir en casas mal calefaccionadas, en departamentos con pasillos malolientes u olientes a comidas baratas, de esas que huelen a lejanos países, a condimentos que evocan otras culturas, otros paisajes pero que aquí en el país de los privilegios evocan pobreza y falta de derechos.

Tiene razón el presidente Trump, vivimos en el país de los privilegios y no de los derechos, el derecho a la vida, a decidir su futuro, a dar oportunidades a nuestros hijos, a dormir sin miedo a que llegue la jauría a cazar niños morenos, como cantaba Neruda en su ópera Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, el famoso bandido mexicano en la época de la fiebre del oro anticipándose el Poeta a la fiebre de los privilegios alcanzados por el oro del mercado de valores y al atropello de los derechos de la mayoría, aquellos que por no tener privilegios un día saldremos de las sombras y comenzaremos a marchar para exigir nuestros derechos.

Y el derecho a alzar la voz, señor presidente, es nuestro privilegio.

Gustavo Gac-Artigas, escritor chileno-americano, es miembro colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

(Las Tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista)

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