Solidaridad, la vacuna contra el Covid en la frontera
Javier García es de Fuentes de Oñoro (Salamanca, España) y conduce cada día su furgoneta para llevar pan a los vecinos del otro lado de la frontera.
Carlos García
Nueva York – Javier García es un panadero español que cruza a diario la frontera para llevar pan a sus vecinos portugueses; Jorge Flor reparte alimentos en pueblos de España y Portugal. En la frontera, el Covid-19 se combate con solidaridad.
El blindaje de La Raya, la frontera hispano-lusa, acordado en marzo por los Gobiernos de ambos países para frenar la expansión de la pandemia, no ha impedido que los pueblos de la zona mantengan una estrecha colaboración.
Javier García es de Fuentes de Oñoro (Salamanca, España) y conduce cada día su furgoneta para llevar pan a los vecinos del otro lado de la frontera.
En una región rural marcada por el éxodo de los jóvenes, con una población envejecida que se siente abandonada en aldeas que, en su mayoría, no tienen tiendas de alimentación, cajeros ni consultorios médicos, gestos como el de Javier ayudan a mantener la esperanza a cientos de personas.
“Estamos olvidados”, lamenta el español Juan Luis Bravo, empresario de Fuentes de Oñoro que regenta un hipermercado y dos gasolineras en La Raya y que estima que sus ventas han caído en torno al 90 %.
“Aunque estamos expuestos a los contagios, intentamos ayudar a la mayor cantidad de personas”, dice Juan Luis, quien, cuando se declaró el estado de emergencia hace mes y medio, puso en marcha un servicio de reparto a domicilio de productos básicos para ambos lados de la frontera.
Jorge Flor vive en Vilar Formoso y trabaja en el hipermercado de Bravo ocupándose del reparto de los pedidos.
Cruza los controles que se han establecido en La Raya con un permiso que le habilita como repartidor de alimentos. Antes de entregar sus encargos, los desinfecta delante del cliente.
También Miguel Pando, farmacéutico de las aldeas salmantinas de La Albergueria de Argañán y La Alamedilla, fronterizas con Portugal, ha tenido que adaptarse a la emergencia. Muchos de sus clientes son lusos y no pueden cruzar la frontera, así que ahora les lleva los medicamentos a su casa.
DOS PAÍSES, UNA SOLA POBLACIÓN
Consciente del problema, Manuel Gomes, alcalde del concejo luso de Vilar Formoso que limita con Fuentes de Oñoro, explica que su Ayuntamiento ha habilitado un servicio para atender a los ancianos.
“Pueden llamar a un teléfono y desde el Ayuntamiento les conseguimos las compras, les llevamos los medicamentos o les facilitamos que puedan cobrar la pensión del mes”, cuenta a Efe.
El blindaje de las fronteras, que se extenderá al menos hasta mediados de mayo y limita el paso a mercancías y trabajadores trasnacionales, hace ” muy difícil la supervivencia económica de Vilar Formoso y Fuentes de Oñoro”, continúa Gomes.
Es un problema común a ambos países, insiste, porque, aunque La Raya se encuentra “en dos Estados diferentes, es una única población”.
“Hay calles que empiezan en Fuentes de Oñoro y terminan en Vilar Formoso y ahora están cortadas”, lamenta el alcalde.
LA COOPERACIÓN COMO VACUNA
A pesar de las restricciones, los ayuntamientos fronterizos buscan fórmulas de cooperación para ayudar a sus vecinos.
Susana Pérez, teniente de alcalde de Fuentes de Oñoro, explica a Efe que en los últimos días se han entregado a la Cruz Roja de Vilar Formoso varios lotes de mascarillas y de viseras para que puedan seguir con sus labores humanitarias.
En el paso entre Bemposta (Portugal) y Fermoselle (Zamora, España) tampoco ha faltado la cooperación institucional que ha hecho posible, por ejemplo, la entrega de medicamentos a enfermos lusos.
Los pacientes estaban confinados en Bemposta y necesitaban medicinas que se vendían en España. La Cruz Roja española se las entregó a la Guardia Civil que, a su vez, las hizo llegar a la Guardia Nacional Republicana portuguesa (GNR) que, finalmente, las repartió entre los enfermos.
También la colaboración se impone en el paso fronterizo entre Rihonor de Castilla y Rio de Onor, que se abre parcialmente para que los ganaderos con tierras en el otro de la frontera puedan dar de comer al ganado.
PANADERO POR LA MAÑANA, PASTOR DE TARDE
Jaime García es el panadero del pueblo salmantino de Serradilla del Arroyo. Reconoce que en esta región, para sobrevivir, hay que tener más de un trabajo. En su caso, alterna la panadería con su actividad como pastor de un rebaño de ovejas.
Su establecimiento familiar es el único en un pueblo con menos de un centenar de habitantes. “Se trabaja con mucho miedo”, dice.
“Los pueblos están cada vez más abandonados, toda la gente que aquí vive es mayor y de alto riesgo, por lo que si entrara el virus, pues tú me dirás…”.
“Cada vez hay menos servicios en los pueblos, ahora -desde la crisis provocada por el Covid- trabajamos un 40 % menos”, lamenta.
Pese al riesgo de contagio, asegura que mantendrá abierta la panadería porque “un pueblo que no tenga unos servicios mínimos es un pueblo muerto”.
Sus clientes tienen entre 70 y 90 años de edad, y Jaime y Ana, su mujer, toman todas las medidas de seguridad para protegerles y protegerse.
“Ya nos besamos hasta con la mascarilla puesta”, comenta entre risas Jaime. EFE