En 1915, mientras el mundo estaba inmerso en la Primera Guerra Mundial, una silenciosa y misteriosa epidemia comenzó a propagarse por Europa y luego por América: la encefalitis letárgica, también conocida como la “enfermedad del sueño”. A diferencia de la somnolencia común, esta condición dejaba a las personas en un estado casi catatónico, atrapadas entre la vigilia y el sueño durante semanas, meses o incluso años.

Los síntomas iniciales eran fiebre, dolor de cabeza, fatiga extrema y visión borrosa. Luego, los pacientes caían en un estado de letargo profundo, con el cuerpo rígido y el rostro inexpresivo. Algunos podían escuchar y ver lo que ocurría a su alrededor, pero eran incapaces de moverse o responder. En los peores casos, la enfermedad provocaba la muerte, y en otros, dejaba secuelas neurológicas permanentes.

Entre 1915 y 1927, se estima que más de un millón de personas fueron afectadas en todo el mundo, y al menos 500,000 murieron. Sin embargo, lo más inquietante es que hasta el día de hoy se desconoce su causa. No se ha identificado un virus o bacteria responsable, y tampoco hay consenso médico sobre su origen. Algunos científicos sospechan que pudo estar relacionada con el brote de gripe española de 1918, aunque no hay pruebas concluyentes.

Uno de los casos más conocidos fue documentado por el neurólogo Oliver Sacks en su libro Awakenings (Despertares), donde relata cómo, décadas después, algunos pacientes “despertaron” temporalmente tras recibir un tratamiento experimental con L-DOPA en los años 60. Aunque el despertar fue breve, el fenómeno demostró que sus mentes seguían activas, a pesar del aparente estado vegetativo.

El enigma de la encefalitis letárgica ha desconcertado a la medicina por más de un siglo. Su aparición repentina, su propagación global y su desaparición igualmente misteriosa la convierten en uno de los capítulos más extraños y escalofriantes de la historia de la salud pública.

Hoy, esta enfermedad sigue siendo objeto de estudio e intriga.

¿Volverá algún día? ¿Fue realmente erradicada o simplemente se esconde bajo otro nombre?

La ciencia aún no tiene todas las respuestas.