¿Tiempo de desenmascarar?
Lo que se está viviendo con el avance de los extremismos en Estados Unidos sería un chiste si no fuese tan inflamable. Y de nuevo la piel es el órgano más alérgico. El resto del continente ha superado las rémoras de la conquista europea sin las ayudas sociales sistemáticas que aquí abundan y, sin embargo, el problema lejos de superarse se complica.
Por Andrés Correa Guatarasma
Nueva York – Compartir un espacio o tiempo se ha vuelto un campo minado donde la autocensura está siendo una peligrosa solución: decir lo que pensamos puede ser hoy un pasaporte al destierro y hasta el desempleo, si no coincidimos con la mayoría “sabia” con complejo de San Pedro o el legislador Dracón.
Lo que se está viviendo con el avance de los extremismos en Estados Unidos sería un chiste si no fuese tan inflamable. Y de nuevo la piel es el órgano más alérgico. El resto del continente ha superado las rémoras de la conquista europea sin las ayudas sociales sistemáticas que aquí abundan y, sin embargo, el problema lejos de superarse se complica.
¿Quién determina hoy qué o quién es “racista”, “fascista” o “socialista”? ¿Hay una escala científica que lo mide, basado quizá en el número de relaciones que alguien tiene o las fotos que sube en las “enredes” sociales en proporción de razas, o los artículos que comparte? Imposible imaginar algo más ridículo, infantil y arbitrario.
Pensar que todos nos caemos “de maravilla”, vamos por allí encantando con nuestro “brillo” y congeniamos sin excepción, es negar la naturaleza humana, que es imperfecta, subjetiva, grasosa y malcriada. Si nos llevamos bien o mejor con un ser específico frente a otro, más probablemente sea por la personalidad, actitud, aptitud o intereses, y menos por su color. Pareciera que en América Latina eso se ha asumido con menos complejos y más pragmatismo, quizá porque están más acostumbrados a concentrarse en subsistir a la brava, sin excusas.
Abundan en EE.UU. las organizaciones gregarias o sectoriales que llevan en sus nombres etiquetas como “afroamericano, hispano, mujeres, asiáticos” o similares, y que engloban una profesión, interés, ubicación y/o pasatiempo, dejando claro sus requisitos de acceso. Es perfectamente válido; pero ¿se imaginan que alguien crease un grupo llamado “Asociación de Ingenieros Blancos” o algo así? Impensable. Entonces, ¿por qué unos sí pueden llamar “racistas” a otros sin pestañear?
El millonario Tom Cruise acaba de determinar súbitamente que su mentalidad es más “diversa” que la de los miembros de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA). Siendo un grupo sin fines de lucro de reporteros que viven mayormente de su sueldo, la HFPA se las ingenió para donar “más de 45 millones de dólares en los últimos 26 años (IRS no los ha desmentido) a más de 70 organizaciones benéficas relacionadas con el entretenimiento, así como financiar becas y otros programas para futuros profesionales del cine y la televisión”. En contraste, ¿cuánto ha donado el galán Cruise a esas u otras causas, en proporción a su ingreso estratosférico?
La HFPA anunció cambios hacia la “diversidad” en febrero, pero ahora la cadena NBC ha decidido no esperar y canceló la transmisión de sus premios Globos de Oro por el temor de ellos y sus anunciantes a ser también vetados y acusados de discriminación.
Esa es la nueva estrategia en la búsqueda de la pluralidad y la “tolerancia”: destruir sin derecho a defensa.
Otro grave precedente: quienes representan a la prometedora poeta Amanda Gorman -famosa desde la toma de posesión de Biden- han exigido que sus traducciones sólo las realicen mujeres jóvenes y de origen afroamericano, como la autora… Y “¿quién traduce la ignorancia?”, les preguntó retóricamente el profesor Luis Silva Villar, doctor en Lengua y Lingüística (España y EE.UU.).
Unos exigen aceptación, pero dan patadas. En ese panorama, ¿esperamos garantizar la convivencia pacífica? Es un viaje condenado a la frustración eterna. Aprovechemos el anhelado fin de la pandemia para desenmascarar también a los divisionistas y vacunarnos contra los manipuladores, vengan de donde vengan. El camino a la igualdad de oportunidades no es el chantaje, sino la educación familiar y escolar.
Andrés Correa Guatarasma es corresponsal y dramaturgo venezolano residenciado en Nueva York, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.