La violencia, la otra pandemia contra la que lucha Nueva York
Los números son alarmantes, en lo que va de año, la policía ha reportado 1.014 tiroteos, un 87 % más que los 541 registrados entre enero y agosto de 2019; así como 291 asesinatos, lo que supone un 34 % más que los 217 perpetrados en Nueva York en las mismas fechas del año pasado.
Jorge Fuentelsaz
Nueva York – “Mi hijo fue asesinado frente a mí el 5 de mayo de 2010 por una discusión sobre un aparcamiento”. “Una bala en la parte de atrás de su cabeza y se fue, con 21 años”. “Cuando estaba en las calles, estaba metido en todo lo que estaba mal”. Son testimonios de víctimas de la violencia y expandilleros de Nueva York que ahora comparten un mismo objetivo, acabar con los tiroteos que azotan las calles de la ciudad.
Los números son alarmantes, en lo que va de año, la policía ha reportado 1.014 tiroteos, un 87 % más que los 541 registrados entre enero y agosto de 2019; así como 291 asesinatos, lo que supone un 34 % más que los 217 perpetrados en Nueva York en las mismas fechas del año pasado.
VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA
Carolyn Dixon es una afroamericana de 64 años alta, enérgica y que no duda en contar su experiencia con la violencia en Nueva York.
“Soy una superviviente, mi hijo fue asesinado frente a mí el 5 de mayo de 2010 por una discusión sobre un aparcamiento”, asegura a Efe con una fuerza que no parece haber apagado ni los años ni la tragedia vivida.
El pasado julio, la vida la enfrentó de nuevo con la realidad más cruda de Nueva York, cuando acudió a ayudar a un hombre que acababa de ser disparado y yacía en la calle.
“Un hombre fue asesinado en mi zona y mi única esperanza fue intentar salvarle. Fue un trauma para mí, como un reflejo, como una prueba. En lo único que podía pensar era en mi hijo tumbado en el suelo y tenía que hacer algo para ayudarlo. Él había sido disparado once veces, pero aún así sobrevivió”, relata Dixon sobre esa víctima, que se está recuperando bien y por razones de seguridad no está en la Gran Manzana.
Desde una ONG que ahora dirige, Dixon intenta hablar con los jóvenes del barrio: “Para decirles, ya sabes, que todas las vidas negras importan”.
El hijo de Oressa Napper, otra afroamericana de mediana edad, se vio atrapado en un tiroteo entre bandas en Brooklyn cuando iba a visitar a unos parientes: “Una bala en la parte de atrás de su cabeza y se fue, con 21 años”.
“No quiero que nunca nadie se sienta como yo me siento, que otra familia tenga que pasar por lo que yo estoy pasando trece años después. Porque es un proceso continuo, para el resto de tu vida. No es algo de lo que te recuperas, no es algo que superes”, dice Napper, a quien la pérdida también le empujó a fundar una ONG contra la violencia, “Not another child” (Otro niño, no).
Para ella, tratar con los jóvenes inmersos en la violencia es moverse por un “terreno resbaladizo”, porque si bien hay algunos que quieren hacer las cosas mejor, hay otros “que buscan excusas para hacer lo que hacen”.
“Entiendo que en gran medida son mayoritariamente nuestros hombres, y nuestros hombres han nacido con dos marcas: ser afroamericanos y hombres. Hemos nacido con esas dos marcas que cargamos, pero también tienes opciones, ¿sabes?”, explica no muy lejos de su otro hijo, que colabora con ella en la ONG.
LA VIOLENCIA CALLEJERA
En el barrio de East New York, en el este de Brooklyn, no abundan las cadenas de cafeterías, los restaurantes de moda o las tiendas de diseño que caracterizan a las zonas más acomodadas o “hipster” de este distrito neoyorquino. Dando un paseo en torno a la parada del metro de Van Siclen, al final de la línea 3 de metro, lo que se observan son verjas más altas y más puertas y ventanas protegidas con rejas de acero.
Allí, el antiguo pandillero y ahora trabajador social de la ONG “Man Up” (Sé valiente) Richie Dunham cuenta a Efe que entre los 17 y los 28 años pasaba los días en las calles.
“Simplemente, solía estar haciendo cualquier cosa con la que conseguir un dólar, ya sabes, todo tipo de cosas malas. Estaba metido en todo lo que estaba mal, si había algo que no era bueno ahí estaba yo, pero ahora estoy en el lado positivo, antes estaba en el otro”, dice Dunham, que ahora emplea toda esa experiencia en hablar con los jóvenes que, como él entonces, pasan el día merodeando muy cerca de los problemas.
UNA ONG PARA APLACAR LA VIOLENCIA
El director de “Man Up”, Andre T. Mitchell, pasó dieciséis años en la cárcel por un asesinato involuntario y, cuando en 2003 mataron en su barrio de Daesean Hill, un niño de 8 años, decidió hacer algo para cambiar el trágico destino del área en la que vive.
En una de las paredes de la sede de “Man Up” hay una foto de Daesean Hill y se puede leer un lema del propio A.T. que reza: “Ser un verdadero gánster significa saber dejarlo”.
Para Mitchell, además de la crisis económica causada por el coronavirus y que ha afectado más a las zonas más deprimidas como East New York, el repunte ha coincidido con el verano, la época preferida de los pandilleros para resolver sus problemas a balazos.
“Siempre es en esta época del año, el verano, en la que el trabajo es más intenso para nosotros, porque cuando el sol sube, las armas salen. Y si los problemas no se han abordado y no se ha mediado en los conflictos, entonces ya está, la gente se ve y van unos contra otros”, subraya.
LA VIOLENCIA, UNA ENFERMEDAD CONTAGIOSA
“Man Up” forma parte de una red de varias ONG de Nueva York que desde 2014 abordan la violencia no como un problema de seguridad, sino como una cuestión de salud, explica desde Chicago el experto Charles Ransford, director de ciencia y política de “Cure Violence” (Curar la Violencia), la matriz de este movimiento que tiene proyectos tanto en EE.UU. como en Centroamérica o países de Oriente Medio.
“La gente que se comporta violentamente, lo que tiene es un problema de salud. Es un problema de exponerse a la violencia. Es un problema de salud muy similar a otros problemas contagiosos”, explica a Efe en una conversación telemática.
En los vecindarios violentos, explica, los problemas sentimentales, las vicisitudes económicas, las drogas o cualquier otro tipo de desavenencia tienen muchas probabilidades de acabar derivando en un conflicto violento.
“Para interrumpir esos conflictos, lo que hacemos es poner a gente que tiene credibilidad, que es conocida en la comunidad por su influencia, que puede escuchar esos problemas y que pueden dar un paso al frente y mediar”. Esa gente, como Richie Dunham o A.T. en East New York, reciben formación y aprenden técnicas de mediación.
LA COVID-19, DETONANTE DE LA NUEVA OLEADA
Ransford está convencido de que el coronavirus y la crisis económica han sido factores determinantes para el aumento de la violencia.
“Si no tienes trabajo, si estás estresado por el dinero y estresado por la enfermedad, entonces, si ocurre algo violento, es mucho más probable que te deslices por esa espiral”, explica.
Justin Nix, profesor de criminología en la Universidad de Nebraska, por su parte, opina que además de estos problemas, puede haber un elemento de “oportunidad” que podría estar vinculado a la crisis de legitimidad que afronta la Policía en todo el país tras la muerte del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco en Minnesota el pasado mayo.
La Policía de Nueva York ha acusado a la clase política y achaca el pico de violencia a otros factores como el recorte de 1.000 millones de dólares de su presupuesto, la supresión de la policía que trabaja de incógnito, la prohibición de usar ciertas llaves de inmovilización consideradas peligrosas, la liberación de presos para evitar la expansión de la COVID-19 en la cárceles o la ralentización del sistema de justicia a causa del virus.
La ajetreada directora de la Oficina del Alcalde para la Prevención de la Violencia Armada, Jessica Mofield, insiste a Efe en que “la violencia con armas es solo un síntoma de una problema mayor de pobreza y de desigualdad que actualmente están experimentando comunidades urbanas, no sólo en Nueva York, sino en todo el país”.
Un problema que, reconoce, afecta principalmente a minorías raciales y sobre todo a comunidades afroamericanas, aunque también a latinoamericanas.
Mofield, encargada de coordinar las 60 ONG que actúan en la ciudad para frenar la violencia subraya que la gente “que está más cerca de los problemas, está también más cerca de las soluciones” y calcula que al año se pueden desescalar en torno a 3.000 conflictos.
“Sin esas actividades de desescalada, ¿quién sabe cuántos más incidentes de violencia con armas de fuego podría haber, si no tuvieras a todos esos hombres y mujeres que se preocupan por el bienestar de sus comunidades y que las quieren ver sanas y vibrantes? Definitivamente, creemos que habría miles” de tiroteos, concluye. EFE News