El asesino que llamaba a la radio: un crimen sin rostro
Una mujer asesinada, un hombre que llama en vivo… y un caso que quedó sin cerrar

En la primavera de 1996, Viena fue escenario de un crimen que aún hoy resuena en los anales de lo inexplicable. Una mujer de 34 años, identificada como Eva G., fue encontrada sin vida en su departamento ubicado en el distrito 8 de la capital austríaca. La escena del crimen era escalofriante pero meticulosamente limpia: no había señales de entrada forzada, ni huellas, ni desorden. La policía, aunque desconcertada por la falta de pistas, asumió que se trataba de un homicidio bien planeado. Sin embargo, lo verdaderamente perturbador llegó días después.
Una semana más tarde, durante la emisión nocturna de un programa de radio llamado “La Voz del Silencio”, un hombre llamó en directo y dijo con voz serena: “Fui yo quien mató a Eva.” Lo dijo sin remordimiento ni miedo. Dio detalles del crimen que aún no habían sido revelados al público —la posición del cuerpo, una palabra escrita en un espejo con lápiz labial, una canción que sonaba en un viejo tocadiscos cuando llegó la policía. El locutor, perplejo, intentó retenerlo en línea. Pero el hombre colgó.
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Durante las semanas siguientes, otras emisoras empezaron a recibir llamadas similares. Siempre por la noche, siempre en vivo. A veces el tono era tranquilo, casi reflexivo; otras veces, burlón. Nunca repetía frases, pero todas las llamadas compartían un conocimiento inquietante del crimen. El caso estalló en los medios: nació así el apodo que lo perseguiría por décadas: “El asesino de la línea caliente.”
Los investigadores tomaron las grabaciones y las analizaron minuciosamente. Contrataron expertos en fonética, consultaron con psicólogos forenses, y rastrearon los orígenes de las llamadas. Todas provenían de cabinas públicas ubicadas en diferentes zonas de Viena y sus alrededores. Algunas desde pueblos vecinos. Todas eran imposibles de rastrear a una persona concreta. La policía publicó fragmentos de voz esperando que alguien lo reconociera. Nadie lo hizo.
El caso tomó tintes mediáticos intensos. Algunos afirmaban que el asesino buscaba fama, que sentía una necesidad de reconocimiento narcisista. Otros creían que estaba desafiando al sistema judicial. Incluso hubo teorías que sugerían que no era una sola persona, sino un grupo. Pero el crimen de Eva nunca fue resuelto. El expediente, aunque abierto, se llenó de polvo. Las llamadas cesaron después de dos meses, tan misteriosamente como comenzaron.
Hoy, casi tres décadas después, el asesinato sigue impune. Eva fue enterrada sin respuestas, y el caso es estudiado como un ejemplo de criminalidad mediática. La voz del asesino, archivada en cintas policiales, es aún objeto de análisis en universidades de criminología y periodismo. Porque eso fue lo que dejó atrás: una voz sin rostro, que hablaba con precisión quirúrgica y desaparecía en la estática de la radio.
Algunos afirman que el culpable aún vive, en silencio. Otros creen que la verdad se perdió con las cintas rotas de los 90. Lo cierto es que en las madrugadas de Viena, todavía hay quienes encienden la radio con la vaga esperanza de escucharlo de nuevo.
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