El roce con el codo reemplaza a los abrazos y los besos
La imagen de la celebración del tanto de Andrés Iniesta en la final del Mundial de 2010, con la camiseta levantada, besos, abrazos y todo el equipo amontonado unos sobre otros, no existiría si el gol se hubiera marcado durante la pandemia de la Covid-19, pues solo habría dado para un sutil roce con el codo.
El nuevo fútbol está marcado por el alejamiento físico y deja al aficionado sin una parte sustancial del espectáculo: la fiesta tras el gol, el lance principal del juego que el escritor uruguayo Eduardo Galeano considera tanto el “orgasmo del fútbol” como un bien cada vez más escaso en el mundo del balón.
A lo largo del siglo y medio de historia del balompié, el gol ha perdido presencia: la media de tantos por encuentro ha disminuido desde sus orígenes y el valor individual de cada diana ha crecido, lo que ha dado paso a celebraciones cada vez más sofisticadas, pero que a partir de ahora se verán menos.
Al principio, los futbolistas regresaban a su campo tras marcar como si casi nada hubiera ocurrido, de forma muy similar a como lo hacen los jugadores de rugby tras un ensayo.
Incluso Alfredo di Stéfano renegaba de la celebración de algunos tantos como los que se marcaban de pena máxima. “Antes, cuando hacías un gol de penalti, le pedías disculpas al arquero; ahora se sacan la camiseta y se cuelgan del alambrado”, señaló.
No todos los festejos del pasado se ajustarían ahora la norma en tiempos de distanciamiento, pero algunos se podrían mantener, al menos hasta el momento en el que se acercan los compañeros a compartir la alegría.
Ahí tendrían cabida la liturgia de la voltereta en solitario de Hugo Sánchez, el arquero que acompañaba a Kiko Narváez o el beso al anillo que no faltaba tras un tanto de Raúl González.
Todo ello, sin olvidar el salto habitual de Cristiano Ronaldo, cuya forma de festejar los tantos poco tiene que ver con la de Leo Messi, con quien tantas veces se le ha comparado, pero con quien no comparte ritual tras batir la meta contraria.
Ahora, toca reducir el contacto con el compañero y con el rival, pero no necesariamente con el balón, que podrá volver a situarse bajo la camiseta cuando un jugador quiera ofrecer la diana al hijo que está en camino.
Para juntar la alegría por el hijo que viene con la del gol guarda la historia del fútbol a los brasileños Bebeto, Romario y Mazinho con el gesto de acunar un bebé tras un tanto del primero de ellos en el Mundial de 1994 en Estados Unidos. Sólo les faltó para cumplir con la ortodoxia actual, que hubieran estado más separados.
Con el distanciamiento permitido y sin abrazos previos también habría un hueco para los bailes colectivos de los jugadores de la selección colombiana que aparecen en más de un vídeo de sus partidos y también para muchos otros bailes, algunos individuales.
Dani Alves, Ronaldinho, Griezamnn, Pogba o Farfán se encuentran entre los pródigos con la danza junto a Neymar, aunque el jugador del PSG ha ofrecido más variantes, entre ellas la de simular un disparo con un banderín de córner tras batir la meta contraria.
Hablar por teléfono a través de una bota, ponerse una peluca naranja como hizo Rodrigo Moreno en Mestalla, e incluso usar máscaras de estrellas de la lucha libre mexicana tampoco han faltado.
Sin embargo, en el capítulo de celebraciones individuales también se recuerdan momentos en los que el goleador no estuvo especialmente fino como cuando Raúl González mandó callar al Camp Nou o Giovanni hizo un corte de mangas en el Santiago Bernabéu.
Junto al de estos goles se recuerdan otros festejos poco afortunados como el de Fowler (Liverpool) cuando acercó la nariz a la línea blanca del fondo del campo o la del brasileño Leandro Machado, que imitó con el Valencia en el Vicente Calderón a un perro que orinaba.
Al margen del mejor o peor gusto de estos futbolistas, casi todas sus acciones, rechazables desde el prisma deportivo, estarían admitidas por el protocolo sanitario.
Quedarían, sin embargo, completamente descartados abrazos, besos y todo tipo de muestras de cariño, pero se podrá subir a la primera fila del graderío: al otro lado, al menos de momento, no habrá nadie. EFE