El Webster Hall, templo de música y activismo en Nueva York, cierra una etapa
La mayor discoteca de Nueva York, Webster Hall, cierra hoy una nueva etapa dentro de una larga historia en la que ha visto florecer el activismo de finales del siglo XIX, impregnarse de licor las noches de la Prohibición y crecer estrellas, desde Prince hasta Metallica.
Nora Quintanilla
Nueva York – La mayor discoteca de Nueva York, Webster Hall, cierra hoy una nueva etapa dentro de una larga historia en la que ha visto florecer el activismo de finales del siglo XIX, impregnarse de licor las noches de la Prohibición y crecer estrellas, desde Prince hasta Metallica.
Detrás de su histórica fachada, catalogada como monumento por la ciudad, las entrañas del Webster Hall serán objeto de renovaciones durante al menos un año al cambiar de manos su alquiler, del que se encargará la firma de música y entretenimiento AEG.
Desde 1989, el espacio era gestionado por la familia Ballinger, que anunció el pasado abril su venta por unos 35 millones de dólares, después de años siendo anfitriones de la vida nocturna en Manhattan y catalizadores del talento de jóvenes artistas.
“Os recomiendo pasar por aquí antes de que acabe esta era y mostrar vuestros respetos a los Ballinger y a este edificio por darnos recuerdos para toda la vida”, dijo hace unos días Gerard McNamee, el gestor de esta discoteca, la que más tiempo lleva abierta en Nueva York.
Antes de echar el cierre la noche del jueves, este “club” que puede alojar a hasta 2.500 personas acogió una serie de actuaciones en vivo para celebrar “el fin de una era” protagonizados los rockeros Good Charlotte o el gurú de la electrónica Skrillex, entre otros.
Precisamente este último DJ fue uno de los descubrimientos del Webster Hall en esta etapa musical que ha durado 25 años y en la que se hicieron también conocidos Kings of Leon, The Black Keys, Arcade Fire o Deadmau5.
“¡El tío con una máscara gigante de ratón en la cabeza! Lo recuerdo muy bien aún. Le pagamos 700 dólares por la actuación”, comentó a una revista el propietario, Lon Ballinger, sobre Deadmau5, que más adelante recaudaría millones y sería imprescindible en festivales.
El mismo entorno “íntimo” de los 90 en el que eligieron actuar grandes bandas como Nine Inch Nails y Green Day, o artistas míticos como Patti Smith o Paul Simon, fue en los años 50 un estudio de grabación por el que pasaron las voces de Elvis Presley, Tony Bennet, Frank Sinatra o Bob Dylan.
La historia del Webster Hall, considerado “la joya del East Village” por el Nobel de Literatura Eugene O’Neill, va ligada a la música, pero también a otros rasgos culturales e históricos de la ciudad que nunca duerme.
O’Neill se pronunció de esta manera en una época, la de los años 30, en la que el club se convirtió en un “speakeasy”, un lugar secreto donde las fiestas se saltaban las restricciones de la Prohibición bajo la rumoreada dirección del gángster Al Capone.
Y es que el edificio fue concebido como una institución social ya desde su apertura, en 1886, cuando el empresario polaco de cigarros Charles Goldstein lo alquilaba principalmente a los vecinos inmigrantes y trabajadores del East Village.
Así se convirtió también en escenario para el incipiente activismo del siglo XX, con su salón de baile como centro de mítines sindicales, reuniones anarquistas y eventos políticos de la izquierda.
Años después, el Webster evolucionó hacia el lado vanguardista de lo social y acogió bailes de máscaras hedonistas a imagen de las bacanales parisinas, creando una atmósfera donde la comunidad LGTB se sentía lo suficientemente segura para expresarse con libertad.
El histórico local neoyorquino cierra sus puertas para renovarse por dentro y emprender una nueva etapa, pero los momentos que entre sus paredes han vivido miles de personas seguro que volverán a repetirse en un futuro.
Porque, al final, la razón de ser de la vida nocturna es simple, según Ballinger: “Los hombres y las mujeres quieren juntarse, divertirse y ver qué pasa”. “Y eso nunca va a cambiar”, concluyó. EFEUSA
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