Lecciones de una pandemia: cuando se quiere se puede
Cuando se quiere se puede, siempre y cuando no se esté intentando manipular una situación difícil en beneficio propio, de aspiraciones políticas, se puede siempre y cuando se esté pensando en buscar verdaderas soluciones y no soluciones parches que no resuelven nada.
Por Gustavo Gac-Artigas
Nueva York – Por supuesto, el querer implica dar los medios necesarios para que se pueda alcanzar la meta, confiar en aquellos que pueden encontrar una solución, saber dar y hacerse a un lado sin esperar recompensa personal ni alabanzas.
Cuando se quiere se puede, siempre y cuando no se esté intentando manipular una situación difícil en beneficio propio, de aspiraciones políticas, se puede siempre y cuando se esté pensando en buscar verdaderas soluciones y no soluciones parches que no resuelven nada.
Hemos vivido nueve meses que cambiaron el mundo, los más extraños en nuestra existencia. Por primera vez -primera para nosotros, no para la humanidad- nos enfrentamos a una fuerza tan poderosa que nos devolvió a la realidad, que nos hizo darnos cuenta de cuán insignificantes somos frente a lo desconocido. La peste nos puso en nuestro lugar, nos enseñó humildad, nos mostró nuestros límites; los superhombres fuimos superinsectos en nuestro miniplaneta comparado al universo.
¿Nos enseñó la humildad?, ¿nos enseñó algo?
Cuando se quiere aprender, cuando se conservó el deseo de aprender, de explorar lo nuevo, se puede aprender. Cuando nos creemos sabelotodo -ese tipo de individuos que puebla la humanidad cuando el incompetente intenta apropiarse de la palabra-, cuando se pontifica y se piensa que no hay nada que aprender, es imposible aprender.
Una pandemia sacó a luz lo mejor de nosotros, una pandemia sacó a luz lo peor de la sociedad en que vivimos.
Cuando se quiere negar la injusticia, se le puede ignorar, basta con mirar hacia otro lado, basta con negar la realidad, con proyectar la responsabilidad en otros, con sentirse buenos al dar una limosna en tiempo de festines, un paquete de espaguetis en tiempo de manjares.
Basta con sentirse trabajador preciado despreciando el trabajo de los otros, de restarle valor al trabajo de otros, ese trabajo que produjo la riqueza, ese trabajo que huele, que endurece las manos alejándolas de la caricia.
Cuando se quiere se puede, se puede terminar la injusticia, se pueden mejorar los salarios, se puede dar educación a todos, así nos desafíen mañana, se puede pensar en un techo para la humanidad y no en “pent-houses” sin vista a la pobreza, basta que nos demos los medios para impulsar el cambio.
Nueve meses de pandemia se acercan a su fin. No hoy, no mañana, quizás en unos meses podamos dominarla, pero su paso marcó la humanidad, los muertos elevan su voz preguntándonos, ¿nosotros?, ¿por qué nosotros?, ¿quién decide? Y la sociedad se sentirá culpable por un segundo, para luego olvidarlo diciéndonos: pobrecitos, pero qué se le puede hacer, es la ley de la vida, el más fuerte, el más rico, sobrevive.
Se acercan dos vacunas, se acercan de paso rápido dispersando a su paso la fragancia de la esperanza, pero la fragancia no sube de abajo, al contrario, baja del “pent-house” para en algún momento llegar al portero, a usted, a mí, los porteros de esta sociedad de la desigualdad.
Pero todo puede cambiar -cuando se quiere se puede- siempre y cuando se tenga claro lo que hay que cambiar y quiénes son los motores del cambio. Solamente se puede si no dejamos el poder en manos de otros, si avanzamos más allá de una consigna, si actuamos en vez de esperar, si somos nosotros, los que queremos aprender, los huérfanos de fortuna, los desterrados de la tierra, los que no queremos nuestra piel desfigurada por los golpes, por la tristeza, por el miedo quienes echamos a andar.
La pandemia enseña, si es que se quiere aprender.
Gustavo Gac-Artigas: escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).
(Las Tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista)