Nueva York, una reapertura ejemplar que teme a segunda ola
Esta semana, la Gran Manzana ha dado un paso más en la vuelta a una relativa normalidad al completar el retorno de los alumnos a todas las escuelas públicas y al volver a autorizar -aunque con muchas limitaciones- el servicio en el interior de los bares y restaurantes.
Mario Villar
Nueva York – Con una reapertura especialmente cautelosa y que le ha costado mucho en términos económicos, Nueva York logró durante el verano controlar el coronavirus, pero como muchas otras ciudades llega al otoño bajo la amenaza muy real de una segunda ola.
Esta semana, la Gran Manzana ha dado un paso más en la vuelta a una relativa normalidad al completar el retorno de los alumnos a todas las escuelas públicas y al volver a autorizar -aunque con muchas limitaciones- el servicio en el interior de los bares y restaurantes.
Lo ha hecho, sin embargo, cuando las cifras de casos de COVID-19 comienzan nuevamente a preocupar a las autoridades, a pesar de ser todavía mucho mejores que las de otros puntos de Estados Unidos y zonas de Europa ya metidas de lleno en una segunda ola.
El pasado fin de semana, el estado de Nueva York (con cerca de 20 millones de habitantes) superó la barrera de los 1.000 casos en un día por primera vez desde junio y este jueves notificó una tasa de positividad del 1,27 % en las pruebas efectuadas, su mayor cifra desde mayo.
El porcentaje es algo más alto en la ciudad de los rascacielos, la zona más densamente poblada y que durante la primavera fue el gran epicentro de la enfermedad, y donde se registran ahora “puntos calientes” en varios vecindarios de Brooklyn y Queens.
La estrategia de las autoridades ha sido y es tratar de actuar rápidamente para atajar esos fuegos e impedir que el virus vuelva a propagarse de forma masiva.
Según Lawrence Gostin, director del Instituto de Salud Global de la Facultad de Derecho de Georgetown, Nueva York ha controlado la pandemia con un gran cierre al que han seguido “estrictas reglas requiriendo tests, distanciamiento social y uso de mascarillas”.
“Nueva York ha sido muy agresiva en todas estas medidas de salud pública, mientras que otras grandes ciudades como Madrid no han sido tan contundentes y consistentes”, explica Gostin a Efe.
“Cada vez que vemos un problema, vamos a por él, lo atacamos, lo respondemos y lo solucionamos, pero todo se basa en la necesidad de que la gente se haga pruebas”, reconocía este jueves el alcalde, Bill de Blasio.
PRUEBAS MASIVAS Y MEDIDAS AUTOMÁTICAS
La estrategia de Nueva York se ha basado en la realización de muchos tests -actualmente alrededor de 100.000 cada día en el estado-, algo que ha conseguido facilitando a toda la población el acceso a lugares donde hacerse pruebas de forma gratuita y redoblando los esfuerzos cada vez que surge un pequeño foco.
Los resultados de las pruebas, junto a otros indicadores como los ingresos hospitalarios y las camas de cuidados intensivos ocupadas han guiado la reapertura paulatina de la actividad, con parámetros fijados de antemano para dar el salto a cada fase.
Las autoridades también tienen prevista la reimposición automática de medidas drásticas en caso de que las cifras lleguen a ciertos valores. Por ejemplo, en la ciudad de Nueva York todas las escuelas públicas cerrarán si la tasa de pruebas positivas alcanza una media del 3 % durante siete días.
VUELTA A LAS CLASES
Con ese porcentaje en torno al 1 % durante semanas, Nueva York apostó por devolver a los alumnos a las aulas y se ha convertido en la primera gran ciudad de Estados Unidos en hacerlo, a pesar de varios retrasos y cambios de planes a última hora por las quejas de los maestros y la falta de tiempo para prepararse.
Desde este jueves, todos los centros están nuevamente abiertos y para la semana próxima se espera que alrededor de medio millón de estudiantes de todas las edades hayan vuelto a sus pupitres, donde pasarán entre dos y tres días por semana dentro del modelo híbrido elegido por la ciudad, que combina clases presenciales y remotas.
Casi otro medio millón, sin embargo, han optado por empezar el curso exclusivamente a distancia, lo que ilustra cómo muchas familias neoyorquinas están siendo más cautelosas de lo que permiten las normas.
UNA POBLACIÓN CONCIENCIADA Y QUE APROVECHA EL AIRE LIBRE
Esa realidad se refleja también en el sector empresarial, pues se calcula que apenas el 10 % de los empleados que trabajan en oficinas de Manhattan había regresado a sus puestos de forma presencial a mediados de septiembre, según cifras de la firma inmobiliaria CBRE Group.
La población de la ciudad, que en marzo y abril se acostumbró al incesante zumbido de las ambulancias y a ver morgues improvisadas frente a los hospitales, continúa estando muy concienciada sobre el peligro del virus y tomando medidas para protegerse.
Una de las principales ha sido el traslado de gran parte de las actividades sociales al aire libre. Los parques llevan meses repletos a diario, los fines de semana familias y grupos de amigos acampan en los espacios verdes para celebrar allí la ocasión que corresponda y la hostelería ha llenado las calles de terrazas como nunca antes.
Esa apuesta por comer y beber en exteriores ha sido respaldada e impulsada por el Ayuntamiento, que ha facilitado permisos a los establecimientos y que incluso ha cerrado al tráfico numerosas calles. El éxito ha sido tal que ya se ha anunciado que el programa continuará de forma indefinida.
Pese a ello, las terrazas no les llegan a la mayoría de los hosteleros para mantenerse a flote, por lo que llevan tiempo presionando para que se alivien las estrictas medidas que tienen impuestas, recurriendo incluso a protestas en la calle.
El interior de bares y restaurantes no se ha reabierto hasta esta semana y lo ha hecho con su capacidad limitada a sólo el 25 %, un régimen que a muchos empresarios no les da ni para pagar el alquiler.
Infinidad de establecimientos se han ido a pique y, según un informe oficial publicado este jueves, hasta la mitad de todos los bares y restaurantes de la ciudad podría cerrar de forma definitiva durante los próximos meses.
Mientras, los grandes museos están reabriendo poco a poco y con muchas limitaciones, pero el enorme sector turístico y del espectáculo continúa prácticamente paralizado, con los hoteles semivacíos, los teatros de Broadway cerrados a cal y canto y con instituciones como la Ópera del Met que ya han cancelado todas las actuaciones al menos hasta septiembre de 2021.
PEAJE ECONÓMICO
El impacto económico de la pandemia y la cauta reapertura ha tenido un impacto económico brutal para Nueva York, donde el desempleo se ha disparado hasta el 16 % -más del doble que en el conjunto del país- y donde las arcas públicas se enfrentan a una crisis que no se veía desde los momentos más oscuros de la urbe en la década de 1970.
La recaudación fiscal se ha desplomado por la pérdida de empleos y la caída del consumo y tanto la ciudad como el estado se enfrentan a déficits de miles de millones de dólares, por lo que imploran por ayuda federal que hasta ahora la Administración de Donald Trump les ha negado.
Los recortes presupuestarios ya han empezado, lo que se ha traducido en algunos servicios públicos bastante mermados, y el Ayuntamiento ya ha dicho que puede tener que prescindir de unos 22.000 empleados.
Con unas 24.000 vidas oficialmente perdidas por la COVID-19, la ciudad se prepara ahora para una posible nueva oleada y para hacer frente a consecuencias de la crisis que se prevé que se hagan sentir durante muchos años.
Gostin reconoce que “el otoño es un periodo de alto riesgo”, pero defiende que, si se actúa con decisión y con un buen programa de pruebas, seguimiento de contactos y aislamiento, la temida segunda ola se puede evitar.
“Creo que el conflicto entre la salud y la recuperación económica es una falsa elección. La única forma de recuperar la economía es controlar la COVID”, insiste este experto. EFE News