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El lugar donde mueren los elefantes

Hoy me sentí elefante. Las piernas pesadas, los párpados cayendo, mis colmillos descascarándose, vi cómo mi manada se alejaba y, separándome, encaminé mis pasos a lo más profundo de la selva. Al cruzar el último árbol visible, miré hacia atrás y vi un pequeño elefante que registraba en su memoria la entrada secreta al lugar donde mueren los elefantes.

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Por Gustavo Gac-Artigas *

Nueva York – Cuenta la leyenda que en el África ardiente, al llegar el momento de su muerte, los elefantes se separan de su grupo y dirigen sus pasos a un lugar solo por ellos conocido. El cementerio de elefantes, al igual que la mítica “Cíbola”, la ciudad dorada, jamás ha sido encontrado.

Hoy me sentí elefante. Las piernas pesadas, los párpados cayendo, mis colmillos descascarándose, vi cómo mi manada se alejaba y, separándome, encaminé mis pasos a lo más profundo de la selva. Al cruzar el último árbol visible, miré hacia atrás y vi un pequeño elefante que registraba en su memoria la entrada secreta al lugar donde mueren los elefantes.

75.600 infectados en un día en los Estados Unidos –11 veces hemos batido el récord mundial de infectados; el anterior fue de 68.241–, 10 estados superaron la marca de muertos por COVID-19, nos acercamos a pasos acelerados al momento en que tendremos que separarnos de la manada y emprender la marcha hacia el lugar donde mueren los países elefantes.

Pasos lentos y cansados nos conducen a la muerte, pero esos pasos pueden ser acelerados por cazadores furtivos, por certeros lanzazos que nos desangran, por barreras que nos bloquean el camino y nos conducen, no al lugar donde mueren los elefantes, a un precipicio sin fin.

De todas las barreras, la que no se puede sortear es la de la ignorancia. La portavoz del gobierno de la selva dijo de voz alta y clara: Hay que separar la ciencia de la escuela de elefantes, no importa cuántos de entre ustedes se infecten, la ciencia podría ayudarles a vivir hasta el momento en que desaparezcan de nuestra vista para ir a morir al lugar secreto. Pero con ello perderemos el marfil, preciado tesoro. Los necesitamos donde podamos verlos morir para desechar lo inservible y recuperar los colmillos de oro, la ropa de encaje, los harapos aún servibles. Para nosotros, los elefantes son mercadería.

La ciencia y la educación no van de la mano, es peligroso, repetían en la sede del gobierno de la selva.

Un elefante viajado, aquel que había llegado al fin del mundo, al lugar en que comienzan las grandes aguas, al lugar en que el sol desaparece de la vista, dijo que al borde de las grandes aguas había un libro que explicaba que el sol no muere al terminar el día, que viaja lejos para regresar en el lomo de las nubes y sorprender nuestras espaldas; ello explica que el mundo es redondo, sí, redondo, y no se acaba donde el sol se muere al terminar el día.

Para la portavoz del gobierno de la selva el mundo es plano, y al llegar a su borde, tras cruzar los peligros de las bestias marinas con sus gigantescos tentáculos intentando aprisionarnos, al cruzar los pequeños seres que traídos por el viento nos asesinan, nos precipitaremos en un vacío sin fin.

El lugar donde mueren los ignorantes.

Hoy nos llegó la hora de decidir: el lugar donde mueren los elefantes al final de su largo viaje por la vida, o el precipicio donde mueren anticipadamente los ignorantes. 75.600 nuevos infectados, y contando.

Corremos azuzados por la ignorancia, por la ceguera que nos gobierna, llegó el momento de frenar, reflexionar y evitar la trampa mortal. La ignorancia es plana, la ciencia es redonda, y, cabalgando sobre las nubes, cabalgando en la palabra, llevados por las risas de nuestros hijos regresaremos a la luz en estos tiempos de tiniebla.

* Gustavo Gac-Artigas. Escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

(Las Tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista)

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